El 29 de noviembre es una fecha destacable para todos aquellos que se interesan en Israel y el Medio Oriente. Hace 68 años, siguiendo la recomendación de una mayoría decisiva en el Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina, que contaba con 11 miembros, la Asamblea General de la ONU se reunió para considerar la Resolución 181. Esta llamaba a crear dos Estados independientes, uno árabe y otro judío, en el territorio al oeste del río Jordán, que durante décadas había sido gobernado por Gran Bretaña bajo la figura de Mandato, primero de la Liga de las Naciones, y después de la ONU. La votación final fue de 33 países a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.
Hasta el día de hoy, sigue siendo importante recordar cómo cada Estado miembro de la ONU votó en ese momento.
Los que apoyaron la resolución fueron: Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil, Bielorrusia, Canadá, Costa Rica, Checoslovaquia, Dinamarca, República Dominicana, Ecuador, Francia, Guatemala, Haití, Islandia, Liberia, Luxemburgo, Países bajos, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega, Panamá, Paraguay, Perú, Filipinas, Polonia, Suecia, Ucrania, Sudáfrica, Estados Unidos, Unión Soviética, Uruguay y Venezuela.
Se opusieron: Afganistán, Cuba, Egipto, Grecia, India, Irán, Iraq, Líbano, Pakistán, Arabia Saudita, Siria, Turquía y Yemen.
Se abstuvieron: Argentina, Chile, China, Colombia, El Salvador, Etiopía, Honduras, México, Reino Unido y Yugoslavia.
Entre quienes apoyaron la resolución, destacan hasta hoy las elocuentes palabras del embajador uruguayo Enrique Rodríguez Fabregat: “Ambos pueblos [judío y árabe] están maduros para la independencia. No estamos aquí para dar lecciones sobre organización a dos pueblos que están en su infancia, dos pueblos cuyos destinos apenas están empezando. El esfuerzo judío en Palestina es, en muchos aspectos, ejemplar, y esto lo confirman los dos reportes del Comité Especial sobre Palestina. Y la capacidad de los árabes para dar forma a su propio destino a través de su trabajo, iniciativa y coraje lo demuestran no solo sus logros actuales sino su glorioso pasado. Aquellos de nosotros que estamos votando por la partición no estamos votando contra ninguno de esos pueblos, contra ninguno de esos sectores de la realidad social de Palestina. Estamos votando por ambos, por su progreso, su desarrollo cívico, su avance en la comunidad de las naciones, de manera que no solo nunca estén en conflicto, sino que se vinculen en una multitud de proyectos productivos, para asegurar así la unidad económica para la cual provee el plan que estamos discutiendo”.
Admirablemente, el embajador decidió dar una nota de optimismo, creyendo que tanto judíos como árabes podrían lograr sus respectivas aspiraciones nacionales a través de la resolución de los dos Estados. Y él realmente tenía la esperanza de que el resultado no sería el conflicto, sino una cooperación mutuamente beneficiosa.
Pero su visión no se alcanzó.
Las naciones árabes rechazaron categóricamente la resolución, negando cualquier vínculo entre los judíos y una tierra que estuvo, de hecho, asociada al pueblo judío durante milenios, y declararon que nunca se plegarían a los términos de la resolución. Eligieron ir a la guerra, con el objetivo de conquistar todo el territorio y prevenir que un Estado judío llegara a existir. A pesar de contar con poblaciones y territorios considerablemente superiores, no tuvieron éxito en su intento.
Hay al menos cinco conclusiones importantes de este dramático capítulo de la historia. Primero, las acciones tienen consecuencias.El mundo árabe optó por la confrontación y no por el compromiso.Apostaron y perdieron. Pagaron un precio, como todos los agresores vencidos de la historia. No podían tener ambas cosas: perder una guerra que ellos comenzaron, y clamar ser víctimas.
Segundo, como declaró el enviado uruguayo, otro camino era posible. Pudo haber habido dos Estados viviendo uno junto al otro, uno judío y otro palestino (aunque en esa época el lenguaje de la ONU se refería a un Estado árabe, no palestino), en coexistencia pacífica durante los últimos 68 años. Los judíos, apoyados por una clara mayoría de la comunidad internacional, buscaban precisamente ese resultado, pero el mundo árabe lo rechazó de entrada. Se convirtió en un choque entre el maximalismo árabe y el pragmatismo judío. Este último triunfó.
Tercero, la ONU reconoció la validez de un Estado judío. En noviembre de 1947 nadie sabía cuál sería el nombre de ese Estado —solo se anunció el 14 de mayo de 1948, fecha de la independencia de Israel—, pero estaba claro para todos que sería un Estado judío, y con toda justicia. El pueblo judío merecía un hogar soberano en su tierra ancestral y tenía todo el derecho de trazar su propio destino, aseveró la Asamblea General. Aunque actualmente existe algún debate sobre la “legitimidad” de un Estado judío, esa cuestión fue, de hecho, asumida hace 68 años por la Asamblea General de la ONU.
Cuarto, mucho se habla aún sobre la población de refugiados árabes del período 1947-48, que resultó de una serie de factores de aquella época tumultuosa. Durante 65 años ha existido un cuerpo especial de la ONU para tratar el tema, la UNRWA, pero —debe destacarse— no para propósitos de reasentamiento, como con otros grupos de refugiados en el mundo, sino para mantener vivo el tema de generación en generación, como una herida abierta y permanente denuncia contra Israel.
Al mismo tiempo, algunos árabes decidieron permanecer en Israel después de su creación en 1948; actualmente son aproximadamente un 20% de la población total, y disfrutan de iguales derechos y protección bajo la ley.
Mientras tanto, y esto es algo menos conocido, hubo un segundo grupo de refugiados de esos mismos años: aproximadamente un número similar de judíos de los países árabes fueron forzados a dejar su hogares, expulsados de las tierras donde habían vivido desde mucho antes de la invasión y conquista árabe del siglo VII, y frecuentemente fueron víctimas de mortales pogromos. ¿Por qué se ha escuchado hablar tan poco sobre los 750.000 a 850.000 refugiados judíos? Entre otras razones, porque se les recibió en Israel y otros países y decidieron comenzar sus vidas de nuevo, en lugar de seguir el ejemplo palestino de permanecer en campos, tutelados por la comunidad internacional y alimentando sueños de venganza contra el abominado Estado judío.
Y en quinto lugar, el Israel que emergió de este período de definiciones ocupó solo una parte del territorio que estaba en litigio en el debate de la ONU en 1947. Cisjordania y Jerusalén Oriental quedaron en manos de Jordania, mientras que la Franja de Gaza fue controlada por Egipto. Durante los años posteriores, Egipto y Jordania tuvieron todo el poder para crear un Estado palestino con Jerusalén Oriental como su capital, precisamente lo que los líderes palestinos aseguran buscar ahora. Pero ningún Estado de ese tipo emergió. Por el contrario, Jordania se anexó el territorio (hecho reconocido solo por otros dos países en el mundo), y Egipto impuso un severo régimen militar en Gaza.
En otras palabras, la historia de los últimos 68 años podría haber sido muy distinta, pero la actitud de “todo-o-nada” de los líderes árabes de la época fue una calamidad para el pueblo palestino, para el Medio Oriente y para el curso de la historia moderna.
Fuente: The Times of Israel. Traducción NMI.