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Opinión
 
Mi papá, Shmil Sihman

Shmil Sihman llegó a Maracaibo en 1927 desde Sguritza, Rumania. A los 16 años empezó a trabajar como clapper, nombre que se daba en idish a los que tocaban las puertas vendiendo telas. Sus medios de trasporte eran los burros y a pie.

Una vez que pudo reunir cierta cantidad de dinero, en 1930 regresó a Rumania para dar la dote y casar a su hermana Hannie. En 1933, él mismo se casó con Riva. Trabajó con su suegro hasta 1938, y decidieron venirse a Venezuela. Pero el barco fue desviado a Trinidad, a donde Shmil y Riva llegaron con su hijo Haim, de 5 años de edad.

Shmil siguió trabajando como clapper allí hasta que pudo viajar a Maracaibo en 1952. Desde entonces tocó el shofar en las festividades de Rosh Hashaná. Dedicó casi toda su vida al clapperai; trabajaba toda la semana y cobraba los domingos. El sistema de control de los clientes eran tarjetas sostenidas por una liguita, y se negociaba el territorio con otros clappers. Los proveedores de tela eran judíos ya establecidos, de quienes recibían créditos para poder trabajar.

En una oportunidad yo estaba estudiando en el porche de mi casa con un compañero del colegio, hijo de un médico. Al llegar papá, con la camisa llena de sudor y los pantalones de kaki manchados de grasa, saludó y entró en la casa; mi compañero me preguntó: “¿Aquí en tu casa entra cualquier mecánico así no más?”. Yo no supe qué responder.

Fueron años muy difíciles y de gran esfuerzo y sacrificio para mi papá.Sin embargo, levantó a la familia y así pude ir al colegio y a la universidad.

Ser clapper en un país extraño a su tradición y costumbres, sin conocer el idioma, le resultó muy difícil. La naturaleza de sus actividades era muy distinta a su educación. Únicamente le importaba sostener a su familia de manera digna, proveer lo indispensable y pagar la educación de sus hijos.Las vicisitudes y contrariedades no fueron obstáculo para su emprendimiento. Sufrir algunos desprecios, como que dijeran “Ahí viene el turco”, “Mamá dice que no está”, “Vais a cobrarle a la querida” y otros tantos, nunca hizo que se debilitara su espíritu de superación.

Si la memoria no me falla, sus ojos eran de un color verde suave, con una franqueza trasparente, con expresión de bondad y cariño. Así miraba a todos. Sin embargo, hacia mí la tonalidad se hacía un poco más intensa; me inspiraba seguridad y fortaleza, me sentía orgulloso cuando estaba presente.

En las fiestas siempre era el centro de atención. A su alrededor concurrían amigos y allegados contando anécdotas y haciendo bromas; recuerdo que solía hacer muecas y tornaba los párpados para hacer reír a mis hijas.¿Quién no pasó alguna fiesta tradicional en nuestra casa? Para dar testimonio de la alegría en el ambiente, mucha gente cenó en nuestra mesa durante el año nuevo y en las pascuas.

Repentinamente, un día sufrió un accidente cerebro-vascular, cuya razón, dijeron los galenos, fue un alza severa de la tensión arterial. Esto le causó una hemiplejia, con limitaciones físicas terribles en sus extremidades superiores e inferiores.

Dentro del esquema general mantuvo sus facultades mentales, con excepción de una risa nerviosa incontrolable que distorsionaba la significación del momento, pudiendo reflejar una comicidad de ánimo como una gran tristeza evocada con llanto. Se mantuvo inexpresivo ante la vida, ya no reía con voluntad propia.

Pero papá se negó rotundamente a abandonar su trabajo. Con dificultad enfrentó la prueba que la vida le planteó; el típico carraspear en el piso de un pie que se arrastraba me indicaba su presencia. Ya no podía escribir con la mano derecha, y su firma no era reconocible en el banco.

Papá falleció en Maracaibo el 1º de agosto de 1987, a los 76 años.

 
Max Sihman / max.sihman@gmail.com
 
 
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