Caracas. A este muchacho recién llegado de Bélgica, donde había vivido varios años —su papá era diplomático—, todo le era novedoso. La luz del trópico lo deslumbraba después de los años pasados en la brumosa Bruselas. Se hacía mil preguntas: ¿Cómo vuelan los mosquitos? ¿Cómo toma agua la mariposa?¿Qué es la sangre?Preguntas y más preguntas que algunas veces eran respondidas a satisfacción por su papá, y en otras ocasiones por las páginas de El tesoro de la juventud.
Este muchacho curioso, nacido en Caracas en 1924, era Luis Manuel, el tercero de los hijos de Diego Carbonell Espinal y María Cristina Parra Salas. Cuando regresó de Bélgica tenía diez años, y el corral de la casa en Las Delicias de Sabana Grande donde se mudó con su familia estaba lleno de tesoros para una mente inquieta. Pero esta bucólica vida se vio interrumpida cuando en 1935 la familia se trasladó a Bogotá y posteriormente a La Paz, donde su padre representaba a la nación venezolana. Estas mudanzas constantes influyeron grandemente en la formación del joven Carbonell, quien desarrolló una curiosidad insaciable y un espíritu de explorador que lo llevó a mil aventuras, algunas veces con riesgo de su vida, de las que siempre volvía sano y salvo, algo aporreado, pero con nuevos conocimientos.
En 1941 regresó definitivamente a Venezuela para cursar el último año de bachillerato en su viejo colegio de La Salle. Para sus materias preferidas, las ciencias naturales, tuvo la suerte de contar con Pablo Ginés, un profesor que avivaba en sus alumnos la pasión que sentían por la ciencia y la investigación. Fue en este espíritu que, con sus alumnos, entre ellos Luis Carbonell, Ginés fundó la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle.
Carbonell se graduó de bachiller con magníficas calificaciones, y en 1942 entró a estudiar Medicina en la UCV. Alguna vez me comentó que estudió Medicina porque no le quedaba otra opción, que su interés no había sido “curar el cuerpo humano” sino la curiosidad infinita de saber cómo funcionaba.
En 1943, al finalizar el primer año de Medicina, Carbonell se unió a la expedición que había organizado el hermano Ginés a Los Roques.Se podría decir que esta fue la primera expedición con metodología científica que visitó el archipiélago. Con J.M. Cruxent, quien se iniciaba como arqueólogo, exploraron los depósitos de conchas precolombinos, indicios de los habitantes autóctonos de estas islas. Al finalizar el quinto año hizo una pasantía en el Leprocomio de Cabo Blanco.
Luis no era muy dado a hablar de sus aventuras, así que pueden figurarse nuestra sorpresa cuando un día, ya con nuestros hijos grandecitos, visitamos la Cueva del Guácharo y encontramos en su entrada una gran placa de bronce que decía: “En reconocimiento a los grandes exploradores de esta cueva, Alejandro de Humboldt, Alfredo Jahn y Luis Carbonell Parra”. Logramos averiguar que la hazaña que lo había equiparado a estos augustos exploradores fue el “descubrimiento”, en 1946, de una sala anexa a la gran caverna, a la que solo se puede acceder metiéndose por el estrecho agujero por donde brota el pequeño riachuelo que recorre la caverna principal.
Carbonell se graduó de Médico Cirujano en la UCV en 1948 y un año después obtuvo el doctorado, con la tesis Búsqueda de nidos leishmánicos en miocarditis con xenodiagnóstico positivo. Parecía que sus tiempos de andar por selvas y montes habían llegado a su fin. Su meta era viajar al exterior para especializarse en Anatomía Patológica, pero otra vez el destino, en la persona de J.M. Cruxent, intervino haciéndole cambiar sus planes: irían a develar el misterio de las fuentes del Orinoco. A mi parecer esta expedición fue una labor de titanes, y quienes en ella participaron tuvieron mucha suerte de salir vivos y no terminar sus vidas en un raudal de los muchos que tuvieron que remontar. Nueve largos meses tardaron en recorrer el Orinoco desde la sabana de La Esmeralda hasta sus fuentes en una pequeña elevación, el cerro Delgado Chalbaud, ahora nuestra frontera más al este con la República del Brasil. Esta ha sido la única oportunidad en toda su historia en que Venezuela ha ganado territorio, dato que Carbonell muy orgulloso comentaba.
Mi vida al lado de este hombre inquieto, de mente brillante, de voluntad férrea y muy terco, fue una gran caja de sorpresas. No tuve tiempo de aburrirme, me llevó a aventuras increíbles. Una de las más resaltantes fue nuestro viaje a la Unión Soviética en tiempos de la Guerra Fría, para visitar y llevar auxilio a un grupo de científicos, los llamados refuseniks, que sufrían persecución por querer emigrar a Israel y tener libertad para practicar y vivir su fe. En el muy helado invierno de Moscú visitamos a Irina Brailowsky —a su marido, el célebre profesor “exiliado”, no lo pudimos ver—; asistimos a una sesión del seminario de física que todos los viernes dirigía el profesor Alpert en su pequeño apartamento en las afueras de la ciudad, un lugar muy desolado. También a una joven pareja de brillantes matemáticos cuya carrera había sido truncada; a un biólogo de mediana edad, que en operación digna de una película de James Bond nos contactaba en la galería Tretakiova, donde aparentábamos admirar las pinturas.
Una semana completa pasamos de sobresalto en sobresalto, y cuando nos disponíamos a salir para Leningrado nos llamaron de la embajada de Suecia para decirnos que no tratáramos de contactar a los científicos de esa ciudad que estaban en nuestra lista: ya habíamos sido identificados como peligrosos espías, y la KGB nos tenía en la mira. Al llegar a Leningrado nos alojaron en un hotel ubicado en una isla en medio del río Neva, y de allí en adelante fuimos solo unos “turistas” más, eso sí, seguidos de cerca por un joven cubano muy simpático, que me imagino tenía la misión de vigilarnos.
Con el corazón latiéndome fuerte y la imaginación volando —ya me veía en un calabozo de la Lubianka—, le pregunté a mi esposo: “¿Por qué estamos aquí?”. Su respuesta fue precisa: “Hay que hacer lo que manda la conciencia”. Así se explica su vida.