En no pocas ocasiones nos encontramos en situaciones donde las acciones por sí mismas no revelan nada, o casi nada, de nuestro interior. A veces teníamos la plena y absoluta intención de hacerle un favor a alguien, pero el resultado fue contraproducente; o al contrario: sin ninguna buena intención, logramos hacerle bien a otra persona. A veces utilizamos a otro para volcar en él nuestro “altruismo”, cuando en realidad buscamos saciar intereses personales.
Rabí Eliyahu Dessler, ZT”L, explica que el comportamiento de nuestros tzadikim a lo largo de la historia, intencionada y con plena conciencia, han hecho acciones que parecerían negativas al ciento por ciento, no obstante sus intenciones eran perseguir un objetivo sumamente elevado.
Un ejemplo de ello fue lo que Moshé Rabeinu cuestionó a Dios al final de la parashá Shemot, pues a pesar de las promesas que Dios hizo de que salvaría al pueblo de Israel, y al ver que el resultado fue radicalmente opuesto, le hizo reclamar a Dios de forma enérgica: “¿Por qué haces mal a este pueblo? ¿Por qué me has enviado?”. Esta actitud demuestra falta de fe en el Todopoderoso; pero lo que lo empujó a hacer semejante protesta fue su profunda preocupación por los hijos de Israel, como se demuestra a lo largo de su rol como líder de este pueblo.
El mismo comportamiento se observa en nuestra parashá con Yosef, ya que todo lo que hizo sufrir a sus hermanos parecería ser un simple “ajuste de cuentas”: retener a Shimön; mandar a traer al hermano pequeño, sabiendo que ello provocaría dolor y angustia a su padre; inculparlo falsamente del robo de la copa, provocando conmoción dentro de la fraternidad, y particularmente en Yehuda, quien se hizo responsable directo por Binyamín. Pero la Torá señala que Yosef “no se podía contener más”. Es decir, su profundo amor y piedad por sus hermanos llegaron a superar el plan de hacerlos expiar sus acciones contra él, y así suavizar la tortura y el sufrimiento de la esclavitud de Egipto, que eventualmente debía soportar el pueblo de Israel, mostrando que todo convergía en la intención que había detrás, y esta era realmente positiva.
La enseñanza de esto es que debemos hacer una constante introspección para conocernos y saber si nuestras buenas acciones son motivadas por intenciones positivas. Tal vez al hacer un favor a alguien, en realidad pensamos en nuestros propios intereses, haciendo de esa muestra de altruismo una simple máscara para alcanzar objetivos egoístas. Al final, todo ello podría llegar a ser contraproducente y negativo, pues alimentaríamos nuestro ego, en vez de fortalecer nuestra moral y ética, y hacernos mejores personas.
“Una acción vale más que mil palabras”, dice el refrán. Es verdad, pero “una buena intención vale todavía más”.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda