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Vida religiosa
La esencia de Janucá

La celebración de Janucá cada año nos alienta y reconforta con su llegada, pues aparte de impregnarnos de la luz que se irradia noche tras noche, su historia en sí es un cuento maravilloso que narra una gran proeza y nos relata acerca de los milagros ocurridos en aquella época y en ese lugar; como dice el Pasuk: “Sheasá nissim laavotenu bayamim haem bazmán hazé” (“El que hizo milagros para nuestros antepasados en aquellos días, en esta época del año”).

Janucá es esa historia heroica cuyo final feliz nos llena de buena vibra, de energía positiva, pues en su desarrollo vemos cómo la emuná y la plena convicción de los principios de la fe judía hicieron posibles Nissim ve Niflaot que dejaron atónitos y derrotados a todo un poderoso ejército comandado por el supremo Alejandro Magno.

Pero más que un bonito cuento, Janucá refleja una enseñanza que se repite una y otra vez a través de nuestra historia, la cual se traduce en hacer prevalecer nuestra esencia por encima de todo y de toda circunstancia, por más adversa que pueda parecer.

Janucá es la historia de un pequeño grupo yehudí que ofreció resistencia al yugo del helenismo. En aquella época, los griegos resaltaban elocuentemente la preponderancia del egocentrismo y de la belleza individual en donde no había cabida para un crecimiento espiritual, y menos para el servicio a Dios como objetivo y meta principal del ser humano.

Estos valores totalmente opuestos a los del Judaísmo estaban penetrando de manera rápida y peligrosa en el pueblo de Israel, ganando cada vez más adeptos que sucumbían ante la corriente que los arrastraba, de tal forma que los macabim no solo tuvieron que enfrentarse a los yebanim, sino también a sus propios hermanos confundidos y arrastrados por la belleza (en apariencia) del helenismo. Se trató de toda una gran batalla que se libró por el rescate de nuestra esencia y de los valores judíos representados en la pureza de la jarrita de aceite de oliva que sirvió milagrosamente para el encendido de la menorá por ocho días y no solo por uno, como la naturaleza lo hubiese establecido por ley.

El número ocho determinado como el conjunto de días que duró encendida la menorá representa lo sobrenatural, pues el milagro perduró aún más allá de los siete días que simbolizan la Creación y la naturaleza en sí.

Los griegos nunca se opusieron férrea­mente a que el yehudí cumpliera con sus mitzvot y siguieran con sus principios. Ellos lo que pretendían en realidad era una actuación individualista de la persona guiada en función de la belleza y no de un Dios controlando todos los aspectos de la vida del ser humano.

Y este fue precisamente el punto en donde un grupo de fervientes creyentes en la espiritualidad y la luz que irradia del Judaísmo, se enfrentaron para rescatar su esencia perdida y devolver la luz en medio de tanta oscuridad.

No cabe duda de que para ese momento el yehudí había caído muy bajo en la escala espiritual, y fue allí donde el esfuerzo tuvo que ser mayor y requerir de los milagros de Akadosh Barujhu para salir fortalecidos internamente de semejante prueba.

Es por esto que nuestros jajamim comentan que el judío es comparado a una aceituna, pues lo más esencial y puro de nuestro ser se encuentra atesorado en nuestro interior, y es a través de pruebas y de “aplastamientos” traducidos en sufrimientos como finalmente sale de nosotros el más puro de los aceites, así como de la aceituna sale también shemen tzaid después de procesos de “depuración”.

Debemos recordar que la batalla librada en Janucá fue contra nuestra destrucción espiritual, contando con la presencia obvia de Dios en todo momento para alcanzar el triunfo; a diferencia de la de Purim, donde el peligro de exterminio era netamente físico y Dios se encontraba en apariencia oculto, insinuado, pero no nombrado.

Dicho todo lo anterior, aprovechemos la fuerza que nos da este mes de Kislev, cuando los milagros ocurrieron en aquella época y aún hoy siguen ocurriendo, aunque nuestros ojos no lo puedan percibir de manera obvia.

Pidamos con emuná al Amo del Mundo que veamos milagros al descubierto y de manera clara. Que la luz que despidan las mechas que encenderemos de manera progresiva durante ocho días inunden al mundo de una intensa claridad que disipe tanta oscuridad reinante hoy. Que la verdad prevalezca sobre la mentira y sobre tanta falsedad que nos daña y nos hace ver el mundo de forma distorsionada. Que ese aceite puro representando nuestra neshamá yehudí prevalezca sobre todo el que nos quiera destruir de manera espiritual o física.

Seamos como esos macabim apasionados por su Judaísmo y comprometidos con la continuidad del pueblo de Israel, y así veremos nissim veniflaot ocurrir uno tras otro, dentro de nuestra kehilá, en nuestra amada Eretz Israel y en las comunidades de todo el mundo, esperando la llegada del mashiaj con paz y alegría. ¡Amén ve amén!

Janucá saméaj para toda mi querida comunidad de Venezuela.

 

PD: Mi sincero agradecimiento a mi maestra y amiga Goldi Slavin por todos los conocimientos impartidos para la realización de este texto.

 

 

En retrospectiva, es posible distinguir la abundancia originada por la hambruna sufrida en y por Egipto.

 

 
Rachel Chocrón de Benchimol / benchimolrachel@hotmail.com
 
 
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